Alguna vez, Einstein contó que no dijo sus primeras palabras hasta los cuatro años. Según cuenta la anécdota, el niño genio habló cuando tuvo algo que decir. ¿Qué hace falta para que un niño hable? Tener la necesidad de expresar algo. Para que los niños hablen hay que contarles historias con las que se identifiquen, historias cercanas a ellos. Te invitamos a leer y a conversar con los niños a partir de estas pequeñas historias.
Hay niños que comienzan a hablar desde muy pequeños, y hay también quienes se toman su tiempo y empiezan a hablar cuando la necesidad es grande. Antes o después, los niños terminan hablando. Una vez que empiezan, no hay quien los detenga.
Estos cuentos para fomentar el habla no tienen como objetivo acelerar el proceso que cada niño tiene. En cambio, son una herramienta útil para motivar a los niños a expresarse.
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Al leerles estos sencillos cuentos, los padres fortalecen su vínculo emocional. Además, al ser temas cercanos a los pequeños, los padres promueven su atención y, por lo tanto, su participación. Por otra parte, de sobra hemos escuchado que los cuentos ayudan a desarrollar la imaginación de los niños y que les amplían su vocabulario: entre más palabras posea un niño, mejor será su capacidad para expresarse.
Dejen a un lado los mensajes del teléfono y demás distractores, y dediquen un poco de su tiempo a contarles estas pequeñas historias a sus niños, en las que sus jóvenes personajes se sorprenden del mundo que les rodea. Hay cientos de cuentos clásicos de dónde escoger o puedes crear tus propias historias.
Imagen: My teacher. © Ry Nguyen
Sally y René son hermanos. A Sally le gusta trepar árboles, correr y jugar en el parque con sus amigos. A René le gusta inventar historias, armar pueblitos y jugar a que sus muñecos viven en ellos.
La mañana del viernes estaban muy emocionados porque en la escuela celebrarían el Día del Niño y la Niña. Sabían que de festejo les darían paletas de hielo, les organizarían juegos y les regalarían un juguete.
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Con la primavera llegó el calor. Para refrescarse, Sally y René fueron caminando en compañía de su mamá a la plaza de su pueblo para comprar helados.
Estaban sentados en una banca de la plaza, cuando una abeja se paró encima del helado de Sally. Tanto se asustó ella, que por poco tiró su helado.
Su mamá la tranquilizó y le explicó que a la abeja se le antojó su cono porque lo dulce le sirve para hacer miel: “La miel es muy dulce y tu helado es dulce. Por eso esa abeja vino a probar tu helado; puedes compartirle un poquitín y la harás muy feliz”. Sally entendió y siguió disfrutando de su helado.
René preguntó: “¿Y, porque hacen ese ruido las abejas?” La mamá les explicó que las abejas tienen unas alas muy pequeñas que se mueven a gran velocidad, y por eso hacen ese zumbido. “¿Zumbido?” preguntaron los dos. “Sí, así se llama el sonido que producen las abejas cuando vuelan”.
Los tres se dedicaron a disfrutar de su helado mientras observaban el ir y venir de la abeja.
Ahora que veas una abeja ya sabrás que andan volando buscando un poco de alimento para hacer miel.
Sally y René tienen un gato llamado Rigoberto. Siempre que llegan de la escuela lo ven dormido. “¿Por qué duerme tanto nuestro gato?”, se preguntaron los niños.
Su papá les explicó que a los gatos les gusta dormir de día y explorar de noche. Les contó que ellos están despiertos mientras el resto de la familia está dormida.
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Los gatos pueden ver de noche, cuando las luces están apagadas. Los gatos pueden trepar a los árboles y saltar muy alto. También pueden atrapar arañas y mariposas con sus garras pequeñas pero afiladas, que guardan muy bien cuando quieren recibir cariños.
Los gatos durante el día están muy tranquilos, y por lo general, se les ve dormidos. Cuando están despiertos se la pasan muy bien. A veces juegan con bolas de estambre, con pedacitos de papel o con algún ratoncito que se les cruza por el camino.
Los gatos son animalitos curiosos. Es tanta su curiosidad que meten las narices en todos los rincones, y a veces se enfrentan con peligros que no se imaginaban. Por ejemplo, pueden subir a investigar qué hay en la rama más alta del árbol, pero luego no saben cómo bajar. Por eso existe un dicho que dice: “La curiosidad mató al gato”. Es sólo un decir, pero este dicho nos previene que no es bueno asomarse a lugares prohibidos o peligrosos.
Imagen: A day at the beach. © Tina Frostholm
La curiosidad es buena, porque nos permite descubrir muchas cosas nuevas, pero hay que ser precavido.
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A Sally le encantan las mariposas. Le parece que son flores que vuelan. A René le gustaría atrapar una para regalársela a su hermana.
En el parque, los niños las ven volar. Parece que nunca están quietas: van de flor en flor, de aquí para allá. Los niños no saben si son flores que vuelan u hojitas de papel que se mecen con el viento.
Sally le preguntó a su mamá por qué las mariposas siempre vuelan cerca de las flores. Su mamá le contestó: “Las flores tienen unas gotitas dulces que se llaman néctar, que es el alimento de las mariposas.” Sally se sorprendió mucho y le preguntó: “¿Las mariposas comen flores?” “Solo se alimentan del néctar que tiene la flor”, respondió su madre: “Y en sus patitas se llevan, sin quererlo, el polen, un polvito que tienen las flores y que al llevarlo lejos de la flor y juntarlo con el de otras flores, ayuda a que nazcan muchas flores más”.
Después de escuchar a su mamá, René ya no tuvo ganas de atrapar mariposas; mejor prefirió observar cómo llevan de flor en flor este diminuto polvo.
Imagen: Butterfly. ©Digital Space
Al volver a su casa, Sally y René quisieron hacer dibujos de mariposas. Primero las dibujaron con lápiz y luego le pusieron muchos colores.
Hoy, René llegó enojado de la escuela. Su mamá le preguntó qué lo tenía así de molesto. Al principio, René no quería contar nada, prefería cruzarse de brazos. Después de un rato, por fin, René le contó a su mamá que en el futbol nunca lograba quitarle el balón a sus amigos.
“¿Y eso te hace sentir triste?”, le preguntó su mamá.
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“Sí”, admitió René. El niño comprendió que eso lo hacía sentir triste y a la vez enojado. Él quería jugar, pero no era tan bueno alcanzando a sus compañeros.
Su mamá lo abrazó. A veces solo necesitamos un abrazo cuando nos sentimos tristes. Los abrazos son la mejor medicina para la tristeza.
A Sally, que también jugaba futbol, se le ocurrió una idea: “¿Y si juegas de portero? Los porteros no tienen que correr por toda la cancha”. René no estaba muy convencido.
Sally le propuso salir a jugar un poco: ella le arrojaría el balón y René trataría de detenerlo. Durante toda la tarde, los niños practicaron en el parque. René descubrió que ser portero era muy divertido, que no tenía que correr tanto y que era bueno atrapando los balones en el aire.
Al otro día en la escuela, René le propuso a sus amigos cuidar la portería. Como portero era mucho mejor jugador. ¡Ahora sí que René se divirtió!
Todas las personas sentimos alegría cuando algo nos gusta mucho y lo disfrutamos. Sentimos tristeza cuando perdemos algo, cuando una situación no sale como queríamos. También sentimos enojo cuando algo nos molesta.
Sally y René disfrutan mucho, muchísimo, cuando su mamá les cuenta historias. También les gusta inventar sus propios cuentos: a veces juegan a ser hormigas diminutas que recorren el jardín, a veces son astronautas que viajan por el espacio; otras, imaginan que son mariposas que vuelan de flor en flor.
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Elegir entre una muñeca y una pelota, espantarse ante una abeja posada en el helado, preguntarse por qué el gato duerme tanto, observar una mariposa volando de flor en flor, puede parecernos a los adultos cosa simple, aunque en realidad no lo sea. En cambio, a los niños, los pequeños detalles cotidianos les sorprenden porque son nuevos para ellos.
En estas historias, los personajes son dos niños que, como cualquier niño, se sorprenden ante lo que ven y quieren una explicación que satisfaga su curiosidad. Los cuentos no se acaban aquí. Nacen en cada nueva pregunta que formula un niño… o un adulto.
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